Sobre hundidos lagares y
adobes derrotados
pesa un
silencio blanco que hiere la mirada
y tal
vez el recuerdo. Las bodegas
semejan,
sinuosas, un palpitante mar
de
lentitud polar. En la era, abandonado,
un
carro rememora entumecido
su
carga y su jornada. Los caminos
que su
copla cobraron hoy no distinguiría,
ocultos
entre linios
de
viñas escarchadas. Las campanas
se
sacuden la nieve perezosas,
ahuyentando
palomas y sesteos
de la
tarde escogida en la que aún
caen
copos sonámbulos
hasta
la boca abierta de unos niños.
Manto
virgen, sudario inmaculado
que
pródigo nos limpia y nos devuelve
la
pulcra candidez de los principios.
(De Quietud,
La Isla de Siltolá, 2011)
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