Perdida en el desierto blanco del lavabo, deambula una de esas diminutas
hormigas rojas que aparecen cuando hay obras en el garaje. Sería tan
sencillo que cayese sobre ella la tonelada del pulgar, o que se la
llevara la marea... Como un reflejo, me viene a la mente el tsunami
de Sendai -mañana hará un año-, los miles de muertos y desaparecidos –muertos–. No es
una cuestión de número. Tampoco de tamaño. Por el lavabo pulula
una conciencia. Decido no intervenir.
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