Sabes que estos silencios, andando el tiempo, serán también fecundos, que, aunque serondo, serán fruto, que para llenarse hay antes que haberse vaciado. Pero qué lástima, nos lamentamos, no poder rascar en el ínterin al menos unas prosas decentes, unos aforejos, unas japonerías, siquiera un verso huérfano, lo justo para calentarnos un poco las manos ahora que viene el frío. ¿No serían esos lapsos los que aprovechaba Machado para ir alumbrando, como quien no quiere la cosa, sus proverbios y cantares, Juan Ramón sus aforismos, Ramón sus greguerías?
Pienso en esos jugadores de mus que, después de arañar chicas en paso y ligar pares del campo y algún perete, aprovechan la primera mano buena para ganar la vaca. O en esos delanteros rutilantes que necesitan media ocasión para marcar. Esa es, pienso a veces, la diferencia entre un escritor y quien, escribiendo, no lo es, pudiéndose pasar, como se pasa uno, varios días sin borrajear una línea. El escritor escribe.
“Hincar los codos”, le salió del alma contestar a Julio Martínez Mesanza cuando le preguntaron qué era para él la cultura. Renard, en la primera anotación de su diario, avisa de que "el talento no se demuestra escribiendo una página, sino escribiendo trescientas." Y añade: "Los fuertes no dudan. Se sientan a la mesa dispuestos a sudar. Llegarán al final. Acabarán la tinta, gastarán el papel. Esta es la única diferencia entre los hombres de talento y los cobardes que nunca empezarán. En literatura, sólo existen los bueyes. La gloria es un esfuerzo constante."
Tú esperas. ¿Qué? ¿Hasta cuándo?
Es una delicia leerte, mi buen amigo, en estos pensamientos ante y metaliterarios, que tienen la virtud duplicada de, además de ser honestos y bien compuestos, ser sabios.
ResponderEliminarSalud y un abrazo, Sergio
Muchas gracias, Manuel. Salud.
ResponderEliminarOtra posibilidad es que el escritor es el que escribe incluso cuando no escribe, mientras espera.
ResponderEliminarUn abrazo.
A esa vuelta de tuerca le gusta agarrarse a uno.
ResponderEliminar