El
aire nocturno huele a uvas. Al reducir a la entrada de los pueblos,
aún se escucha a los grillos. Conduces despacio, por darle tiempo al
disco a terminar. Has reconocido la mordedura de la belleza y te das
a la tregua de no pensar. Entonces unas trompetas tristísimas
despiertan al que eres y no. Y quisieras estar dentro de esa canción,
esa noche, ese viaje, toda la vida.
Efterklang: "Apples", de Piramida (2012)
También hubiese querido que este texto fuese un poco más largo.
ResponderEliminarEl caso es que podríamos haber dicho también que la noche era tan benigna que conducíamos con la ventanilla bajada, aun bien entrado octubre, que las estrellas jugaban con nosotros al escondite aprovechando las nubes bajas, que las nubes a su vez jugaban a acompañarnos como hacen los delfines con los barcos, que estando solo no lo estaba, que las luces de un pueblo lejano, que la música, que... Pero sabemos que el relato de la emoción -no es cuestión de más o menos palabras- siempre se queda corto. Sigamos, con todo, intentándolo, que el arte es largo.
ResponderEliminarY es muy, muy buen síntoma que uno se quede con ganas de más. Es una especie de sufrimiento muy agradable (y no tan fácil de sentir). Convencida de que el arte es largo, aunque se dé en pequeñas dosis, volveré a por más.
ResponderEliminarHe descubierto tu blog a través de un enlace en el de José Luis Sevillano. Pero ya conocía Quietud.
El secreto de aburrir es contarlo todo, decía Voltaire. Sé bienvenida, estás en tu casa.
ResponderEliminarMe gusta este blog, que sigo desde que hace, ya, varios meses leí Quietud; y me gustan mucho las entradas donde relatas hechos cotidianos. Creo que consigues con tus palabras que los lectores nos acerquemos a emociones pasadas por el mismo tamiz del tiempo que nos regalas. Y así lo imaginamos, y así lo vivimos.
ResponderEliminarMuchas gracias, Fernando.
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