Cuando la poesía empezó a ser algo importante, en los
años en que descubrí a Felipe Benítez Reyes o a Vicente Gallego, poetas
inaugurales para mí, no me paraba a preguntarme cómo lo hacían, dónde
introducían una imagen, cómo comenzaban el poema o preparaban su final, ni me
paraba a contar las sílabas. Aun así, creo que, de una manera inconsciente, sí
apreciaba esos y otros aspectos formales como parte fundamental de su seducción
verbal. No creo que por no fijarme en sus entresijos dejara de disfrutar
plenamente de aquellos poemas inolvidables. Cuando comencé a prestar también
atención a la mano que movía la marioneta, en especial a la medida de los
versos, aquella pulsión rítmica se convirtió en condición indispensable de la
poesía que leía primero y escribía después.
Disiento del tópico según el cual se disfruta más un arte
cuanto mayor conocimiento se tenga de él. Se disfruta de una manera distinta. A
veces más honda; pero otras ese conocimiento atenúa o difiere el goce al
desviar el foco de nuestra atención de lo esencial. Tantas veces se sorprende
uno perdiéndose parte del sentido del poema por prestar más atención a dónde
caen los acentos...
Inscripción en la iglesia de Sos del Rey Catótico
("De toda palabra ociosa
darán los hombres cuenta rigurosa")
Así es.
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