Nunca se llega tarde a un poeta. Siempre se está a tiempo si lo que escribió está en el tiempo. Leo Meteoros, la obra poética de Antonio Pereira que editó Calambur, y comprendo que es la poesía la raíz de cuanto escribió. Viene a decir Andrés Trapiello que la poesía es el cuerpo de la literatura, y los géneros los trajes que visten ese cuerpo. Pereira, reconocido sobre todo por sus cuentos, felizmente recopilados por Siruela, es en esencia un poeta (siempre hablo en presente de lo vivo, aunque viva sin cuerpo).
Recuerdo
la imagen entrañable de Pereira entrando en el Aula Triste del palacio de Santa
Cruz de Valladolid del brazo de su paisano José María Merino, compañero de
filandones, para una lectura conjunta. La inteligente socarronería que nunca le
abandonó es la misma que da ventilación a sus cuentos y vuelo a su poesía. Paco
el librero, me cuenta cómo lo primero que hacía al entrar en la librería de
Ordoño era preguntar por su libro. “No lo veo en el escaparate”, inquiría con zumba.
De su segundo libro de poesía, Del monte y los caminos, al que vuelvo de vez en cuando como a nido, vuelan hasta aquí estos versos en que el poeta de Villafranca del Bierzo, hijo de herrero, canta a lo suyo.
(DEL MONTE Y LOS RECUERDOS)
2
Hoy no voy a cantar
por
una catedral.
Ni
siquiera por pájaro,
mujer
o nube altiva.
Hermosa
a su manera
y
de cantar posible
si
la mira el amor
es
la ferretería.
Digo
una tienda al norte
que
da a la carretera
por
dos puertas delgadas
y
por una vitrina;
que
da al mundo, a los carros,
a
la pequeña historia
de
la gente sufrida.
De
la gente sufrida,
porque
decidme: Quién
compra
las herramientas,
si
puede –no pañuelos
bordados
de batista–,
para
las manos duras,
para
la tierra dura
–no
las tazas a juego
de
porcelana fina.
Quién
toma los alambres
y
los comprueba a pulso
hasta
saber su fuerza
oculta
y retorcida,
el
filo de las hoces
–siempre
desconfiando–
y
las dulces navajas
de
adentrar en las viñas.
Y
los clavos, decidme,
los
clavos, qué parroquia
van
a tener si no es
la
gente sometida
que
va por los caminos
con
hierro en el calzado
y
señales profundas
de
clavos más arriba.
Un
libro, un manifiesto,
un espeso inventario
un espeso inventario
en
símbolos están
por
las estanterías.
Si
se saben leer
está
cabal la historia
de
este poco de muerte,
de
esta media vida.
Yo
sé que no resumo
una
fácil belleza.
Pero
otro canto, ahora,
de
qué me serviría.
Magnífico poeta, Sergio, que convierte lo vulgar en belleza, lo más difícil.
ResponderEliminarSalud
Tienes razón, nunca es tarde. Salgo en búsqueda de su libro, para empezar a leerle ahora. Muchas gracias.
ResponderEliminarExcelente poeta, cuentista y orador decía que el microcuento, que tanto se queda, a veces, anclado en la anécdota,debiera estar más cerca de la poesía que del efecto sorpresa o el chascarrillo. Y por ello siempre me acuerdo del realto en que aparece un único verso:
ResponderEliminarUna vez estaba Pepín Ramos el poeta inspirado en la taberna que llaman el Senado, sentado a la mesa tosca, haciendo su papel de poeta inspirado. Todos lo respetamos mucho en sus esperas de la voz misteriosa, aunque nunca se le haya visto una página terminada. Vino un parroquiano de la taberna con la alegría lúcida de los primeros vasos, y fisgó el renglón que campeaba en la hoja.
"Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos.
El verso hermoso, todavía único, con que iba a arrancar el poema.
El parroquiano suspiró:
-Es un buen empiece, Pepín. Pero ahora qué.
Así es, Manuel, como dice Carlos Marzal no hay nada en el universo cotidiano que no sea susceptible de ser convertido en joya por la palabra.
ResponderEliminarYa verás, Enrique, como no te decepciona.
Gracias, Fernando, por traer aquí este pequeño gran relato que nos deja una compasiva sonrisa.