sábado, 16 de marzo de 2013

NUNCA MARTILLOS, YUNQUES



         
        Nunca se llega tarde a un poeta. Siempre se está a tiempo si lo que escribió está en el tiempo. Leo Meteoros, la obra poética de Antonio Pereira que editó Calambur, y comprendo que es la poesía la raíz de cuanto escribió. Viene a decir Andrés Trapiello que la poesía es el cuerpo de la literatura, y los géneros los trajes que visten ese cuerpo. Pereira, reconocido sobre todo por sus cuentos, felizmente recopilados por Siruela, es en esencia un poeta (siempre hablo en presente de lo vivo, aunque viva sin cuerpo).

        Recuerdo la imagen entrañable de Pereira entrando en el Aula Triste del palacio de Santa Cruz de Valladolid del brazo de su paisano José María Merino, compañero de filandones, para una lectura conjunta. La inteligente socarronería que nunca le abandonó es la misma que da ventilación a sus cuentos y vuelo a su poesía. Paco el librero, me cuenta cómo lo primero que hacía al entrar en la librería de Ordoño era preguntar por su libro. “No lo veo en el escaparate”, inquiría con zumba.

        De su segundo libro de poesía, Del monte y los caminos, al que vuelvo de vez en cuando como a nido, vuelan hasta aquí estos versos en que el poeta de Villafranca del Bierzo, hijo de herrero, canta a lo suyo.


(DEL MONTE Y LOS RECUERDOS)

2

Hoy no voy a cantar
por una catedral.
Ni siquiera por pájaro,
mujer o nube altiva.
Hermosa a su manera
y de cantar posible
si la mira el amor
es la ferretería.

Digo una tienda al norte
que da a la carretera
por dos puertas delgadas
y por una vitrina;
que da al mundo, a los carros,
a la pequeña historia
de la gente sufrida.

De la gente sufrida,
porque decidme: Quién
compra las herramientas,
si puede –no pañuelos
bordados de batista–,
para las manos duras,
para la tierra dura
–no las tazas a juego
de porcelana fina.
Quién toma los alambres
y los comprueba a pulso
hasta saber su fuerza
oculta y retorcida,
el filo de las hoces
–siempre desconfiando–
y las dulces navajas
de adentrar en las viñas.
Y los clavos, decidme,
los clavos, qué parroquia
van a tener si no es
la gente sometida
que va por los caminos
con hierro en el calzado
y señales profundas
de clavos más arriba.

Un libro, un manifiesto,
un espeso inventario
en símbolos están
por las estanterías.
Si se saben leer
está cabal la historia
de este poco de muerte,
de esta media vida.

Yo sé que no resumo
una fácil belleza.
Pero otro canto, ahora,
de qué me serviría.

4 comentarios:

  1. Magnífico poeta, Sergio, que convierte lo vulgar en belleza, lo más difícil.
    Salud

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  2. Tienes razón, nunca es tarde. Salgo en búsqueda de su libro, para empezar a leerle ahora. Muchas gracias.

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  3. Excelente poeta, cuentista y orador decía que el microcuento, que tanto se queda, a veces, anclado en la anécdota,debiera estar más cerca de la poesía que del efecto sorpresa o el chascarrillo. Y por ello siempre me acuerdo del realto en que aparece un único verso:
    Una vez estaba Pepín Ramos el poeta inspirado en la taberna que llaman el Senado, sentado a la mesa tosca, haciendo su papel de poeta inspirado. Todos lo respetamos mucho en sus esperas de la voz misteriosa, aunque nunca se le haya visto una página terminada. Vino un parroquiano de la taberna con la alegría lúcida de los primeros vasos, y fisgó el renglón que campeaba en la hoja.
    "Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos.
    El verso hermoso, todavía único, con que iba a arrancar el poema.
    El parroquiano suspiró:
    -Es un buen empiece, Pepín. Pero ahora qué.

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  4. Así es, Manuel, como dice Carlos Marzal no hay nada en el universo cotidiano que no sea susceptible de ser convertido en joya por la palabra.

    Ya verás, Enrique, como no te decepciona.

    Gracias, Fernando, por traer aquí este pequeño gran relato que nos deja una compasiva sonrisa.

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