Para celebrar los cincuenta años
de César González-Ruano un grupo de amigos le regala la edición no
venal de un libro que él mismo debe escribir. Se le ocurre hacer un
censo de las casas que ha habitado en ese medio siglo, el “movedizo
cuartel y corte de mi existencia”, nada menos que veintitrés, en Madrid,
Italia, Alemania y Francia. El problema es que, para que salga a
tiempo de la imprenta, debe escribirlo en apenas cinco días.
Esta premura
-nada nuevo para un articulista y su
vida de prisa-
lejos de dificultar la labor del autor, es considerada por este
necesaria. “Otros necesitan de la calma, yo preciso de un
desasosiego inicial sin el cual no haría probablemente nada.”
Todos los libros de Ruano tienen
algo. Incluso los más circunstanciales como este de Mis
casas (Fundación
Mapfre) aciertan a despertar en el lector simpatía por un autor con
tantas sombras en su biografía como luces en sus incontables
páginas. Ocurre con el Ruano personaje como con esos gánsters del
cine negro a cuya causa uno se adhiere sin condiciones (un Sterling
Hayden en La jungla de asfalto,
pongo por caso). Casi inspiran lástima algunos pasajes: “Cuando
nos eran precisas cosas tan elementales como camas y armarios,
compré, invirtiendo en ello todo el dinero que tenía aquella tarde,
una piel de cocodrilo y aquella noche casi no se pudo cenar.” La
dedicatoria, que podría parecer extravagante, es en verdad
entrañable: “A los animales muertos que vivieron en las paredes de
estas veintitrés casas oyendo y viendo demasiado.” El prólogo
es lo mejor del libro. Escribe en él Ruano: “Lo difícil de estas
cosas es dar con ellas -el
tema- y, después, el que la idea primaria y electiva tenga más
simpatías que diferencias en nuestro propio eco susceptible de
creación: escribir luego es lo de menos, es una función hija
natural del oficio, de la experiencia profesional, de una rutina que
es casi imposible que falle (…) Empiezo, pues, en la mañana
madrileña, y en el café Gijón del Paseo de Recoletos. Son las diez
en punto. Todavía tengo cuarenta y nueve años. Y una sed de
ilusiones casi infinita.”
Luego
asistimos al trasiego de aquella vida un tanto aturdidos, sin
comprender las causas de tanto movimiento ni las circunstancias que
hacen que el autor y personaje tan pronto viva con lo puesto como le
sobre el dinero. En
un momento dado del escrutinio inmobiliario, pasa de la primera
persona del singular a la del plural. Apenas se entrevé la figura de
Marta de Navascués, su compañera, excepto en la última línea del
libro (también de esta reseña). De la de su hijo, ni eso. Siendo
este un relato tan fragmentario a pesar de su unidad temática, no parecerá tan mal como en otros entresacar algunos pasajes de él:
“Fue
esta una época muy movida, y en ella escribí y publiqué varios
libros, entre ellos mi biografía de Baudelaire, que es un libro
apasionado y de los que más me gustan de los míos que, en general,
me gustan muy poco.”
“Bueno,
mediano o malo, yo tengo mi gusto, mi gusto que naturalmente a mí me
gusta, y no concibo que nadie pueda intervenir en él, por lo mismo
que, aunque demasiado bien comprendo la belleza, tampoco cambiaría
mi cara por la de un Apolo de escultura griega.”
“No
sabía aún que para vivir pobremente hay que ser rico y que si no es
poco menos que imposible.”
“Sólo
en moneda extranjera había traído doce mil dólares y unos
centenares de libras. Todo se bebió religiosamente.”
“(...)
los libros, caretas chinas, alguna escultura arqueológica, la famosa
piel de cocodrilo, dibujos y fotografías que completan los recuerdos
de mi memoria. Tanto
amo estas pequeñas cosas que he renunciado a dormir en la alcoba y
duermo entre ellas. ¿A
dónde irá uno todavía a parar? Ahora cumplo mi medio siglo, y aún
no he tenido tiempo para poner marco a muchos cuadros que siguen sin
ellos. Salgo poco de casa. Yo, que no tengo nada, tengo estas cuatro
cosas y me refugio entre ellas obstinadamente. Todo
está viejo, tapicerías, alfombras, pero también estoy viejo yo y
no quisiera estar más joven, si a cambio de ella tuviera que borrar
algo de lo que he vivido. Equivocada, torpe muchas veces, enferma de
vida y de muerte, amo mi vida como un monumento sombrío en que tú
sola, tú, a quien nunca nombro, eres toda la luz.”
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