Tenía clase con Clara. Está en 4º
de elemental, el último curso del primer grado. Traducido, 12 años. Da cosa
decirle a alguien de esa edad: “El curso que viene ya estarás en profesional…”
Venía Clara con los brazos pintados. Lo hace mucho últimamente. Pude leer en
uno de los antebrazos: “No hay finales felices, sino historias que aún no han
terminado”. Lo leí en alto. “¿Estás de acuerdo?” “Más o menos”, y sonreía con
toda la cara. “Yo diría que sí hay finales felices, y te podría poner muchos
ejemplos”. No hizo falta, también estaba de acuerdo. Más o menos. Le habría
recitado, de tener buena memoria, aquel poema de Felipe Benítez Reyes, dedicado
a una adolescente, que termina “No pretendas sufrir. Aún no es momento.”
El caso es que Clara estaba un poco
agobiada por la prueba de acceso. Tras quitarle importancia (en los alumnos
buenos es un trámite), le hice ver lo bien que toca, y sobre todo que no se
limita a leer la partitura, sino que interpreta con verdadero gusto, moldeando
el aire y el sonido como por juego, algo poco común incluso en los alumnos
mayores. Tiene unas condiciones muy buenas y una madurez poco habitual para su
edad. No sé si añadir que por desgracia, ya que ha sido la vida la que le ha
dado esa madurez en no solicitado anticipo, cobrándose como de costumbre sus abusivos
intereses. Pero lo que hace especiales las clases con Clara es que tiene
conmigo la suficiente confianza como para hablarme de sus cosas (tan extremadas
ahora), incluidas sus aficiones. Dibuja muy bien. Me ha enseñado algunos
rótulos de estilo grafitero y dibujos que me recuerdan al Moebius más marciano.
No había oído Clara hablar de él, ni de Banksy, sobre los que le encomendé
indagar. Confesión por confesión, yo le conté lo mío, y tomó con ello pie para
hablarme de los poemas que ella escribe y de su abuelo poeta y su abuela
impedida, a la que lee los versos de su marido y los suyos.
Pero su creatividad no para ahí.
Compone canciones y las canta al piano, que está aprendiendo a tocar por su
cuenta. Salió de ella arrancarse con una. Era a la vez desconcertante y
hermosa, y cantándola ella y habiéndola compuesto no podría tener más
sentimiento. Era la primera vez que la oía entonar algo que no fuera una frase
de un estudio o de una obra. Su voz era distinta, una voz preciosa, con la
misma belleza de las mujeres que no saben que son bellas. La letra era triste.
Ya se sabe, ese vacío que sigue al final del amor. Un sentimiento que quizá no
haya tenido ocasión de conocer, pero que no por ello deja de sentir a flor de
piel. Yo me había retirado a la ventana para que no me viera la cara, que no
estaba de ver. Cuando vi que terminaba me recompuse como pude y la felicité.
“Es muy bonita tu canción. Sigue con ello.” Clara me decía que una canción le
parecía un buen regalo, que por qué en vez de cualquier tontería no se le podía
regalar a alguien un concierto o un dibujo. “Tienes toda la razón, Clara, es lo
mejor que se puede ofrecer a alguien, el sentimiento”.
Que suerte hallar un diamante en bruto,y que bueno encontrar los pulidores necesarios.Bonito y gran trabajo.
ResponderEliminarDile a Clara, por favor, que también a mí me ha regalado su canción. Que muchas gracias.
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