Ayer me acerqué a oír al ruiseñor. Llegó hará dos
semanas. No sé si será el mismo de otros años, me gusta pensar que sí. De parar
en un soto con unas mimbreras ha pasado a otro cercano con unos almendros,
espinos y otros arbustos. Entonces me acordé de esto. Abrí el blog
después de tantos meses, leí esa entrada, y no me pareció mal. Si acaso algún
pasaje un tanto edulcorado. Pero sólo en un estado que pudiera derivar en esa
tesitura se nos ocurre ponernos a escribir, qué se le va a hacer. Leí más.
Pinché en un mes al azar. No echo de menos la bitácora, pero la tengo cariño y
me gusta que siga ahí, como el fuego que queda palpitando solo en la noche. Me
apeteció de pronto echar alguna racha más, por alargar su moribundia.
Podría ser una ventana más, otro punto de fuga de la
nueva realidad a la que la paternidad me ha conducido. La repetición de tareas
mecánicas podría llevarse toda la energía y todo el día, con la única tregua
del trasacueste, esos minutos de la basura en que uno sólo tiene fuerzas para
derrumbarse en el sofá y embaularse lo primero que echen en la tele. ¿Seré
capaz, me pregunto en verso, de en lo nuevo que soy seguir siendo lo que quiera
que fuera? Es, por cierto, la poesía, otra de esas ventanas, pero es ésta dama
caprichosa y muy suya, desdeñosa de nuestros calentones líricos. Así que me
pasa casi siempre como al parroquiano que va día tras día hasta su bar para
encontrarse, día tras día, que está cerrado. Y el caso es que sigue yendo.
El paseo a las niñas es otra tregua. Permite leer,
escuchar música y oxigenar cuerpo y mente. Hoy, en Zazuar, hemos ido por las
viñas. Quería llover. El campo estaba precioso con el cereal tan verde
cabeceando en brazos del aire. Yo escuchaba precisamente “Waves, waves, waves”,
del Digital shades de M83. Cuando
intuía que algo hablaría fuera me quitaba los cascos, pero volvía a ponerlos
porque la música aportaba nuevos alcances al paisaje. Oír me ayudaba a ver. Los
temas lentos se entendían con el movimiento solemne de las nubes; y la carrera
de una lavandera o el culebreo de unos pobres renacuajos nacidos en los charcos
de las cunetas, daban otro sentido a los temas rítmicos, esos de los que mi
padre diría: “Y esto… ¿es así todo el rato?” De repente Laura se sacude el
chupete y se frota la boca. Gira la cabeza para el otro lado y sigue. Al rato
Andrea, sin dejar de dormir, se estira levantando los brazos, echando acaso
otro medio centímetro. “Se estira el galgo, día de caza”, habría dicho su
abuela materna.
Preciosos días. Mayo se está portando muy bien. “A ver
cuándo empieza la primavera”, me decía una alumna en clase, sin entender que primavera
es que haga de todo, incluso en el mismo día, que lo que entiende por primavera
se llama verano. Pero no todavía, por favor.
¡Hombre, qué sorpresa! Casualmente me dio por mirar el blog ahora...
ResponderEliminarYa veo que dibujas muy bien la vida desde la paternidad...
Bueno, poco a poco. Y aunque nunca se vuelve a ser el mismo (no es algo malo, de hecho creo que hay un crecimiento personal enorme) sí se va volviendo poco a poco a reencontrarse con esa esencia de uno mismo que parecía pérdida).
Mucho ánimo a seguir disfrutando de la vida plena y, cuando se pueda, compartirla con bellos versos y prosas.
Cris
Me alegro mucho de oírtelo. Un abrazo, Cris.
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ResponderEliminarComo nunca te fuiste,no vuelves,sigues estando.Qué guapo lo que cuentas.Esperamos tú POESÍA(nuestra).Gracias.
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