Parece lógico que se reserve a los mejores el juicio
crítico más afinado, que quienes han llegado más alto tengan una visión más
abarcadora y ecuánime. Cuando un poeta del montón alaba un libro del montón no lo
hace por interés, por alimentar el caldo en que cuece su propio cultivo, pues
todos los poetas se tienen por buenos. Lo hace, simplemente, porque lo mediano gusta de lo mediano. Sin embargo, leemos luego con
una sonrisa a un poeta de raza poner en su sitio a tal o cual "hito generacional".
La montaña, que enseña tantas cosas, también ilustra
esto. En esta fotografía aparecen cinco cumbres numeradas de izquierda a
derecha. Al pie del circo que forman, no sería fácil ordenarlas de más alta a
más baja. La número 2 parece la más alta. Pero ojo... Y este es el ejercicio que proponemos. (La solución se encuentra al final del texto).
La enseñanza de todo esto es que a medida que se
asciende se va viendo la verdadera altura de cada cima –de cada poeta y obra–,
y que a menudo hay sorpresas. La más común de estas ilusiones ópticas consiste
en que el pico más cercano parece más alto. En efecto, ante dos cotas, la que se encuentra en primer plano, aun teniendo menor altura, parece imponerse; y en poesía esto
es así porque, quien más quien menos, el lector se ve movido por una especie de emoción de
descubrimiento que le dé la consoladora certeza de que también en su tiempo surgen poetas y poesía.
Otras sugestiones por las que no hay que dejarse
engañar son las de un nombre más o menos mítico o un aspecto intimidatorio, cualidades ambas que posee, por ejemplo, el Naranjo de Bulnes. Es impresionante el Naranjo de Bulnes. Un clásico, diríamos. Pero quién sospecharía que a su lado hay una cumbre poco menos que olvidada (La Morra se llama) que
la mira por encima del hombro. Lo del nombre en los poetas hace mucho; un
Garciasol siempre parecerá más que un García. Y lo del aspecto intimidatorio no digamos.
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Solución: [1-3-2-5-4]
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