De
una novela de Saint-Exupéry sale uno, como de una película de
Miyazaki o de un cuadro de Friedrich, creyéndose mejor, siéndolo
por tanto, con el propósito más o menos duradero pero firme en su
resolución de intentar ser digno de aquella trama, de aquellos
personajes, de aquella mirada limpia.
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