A
veces, al leer, tenemos la sensación de que nos están leyendo el
alma. Si hubiese yo sabido decir lo que mi turbado afán entre líneas
o entre sueños me dictaba, exactamente así lo habría dicho,
pensamos entonces. Esa es la página que buscamos, con la que
quisiéramos saber dar siempre, la que justifica el placer inagotable
de la relectura. ¿Cuántas veces el regusto agridulce de sentir que
nos han robado un verso? ¿Cuántas el escrúpulo de temer parecernos
demasiado a tal autor o línea amada? Amplifica nuestro asombro saber
que quien sentimos tan cerca de nuestro sentimiento pudiera haber
levantado su obra hace cien o mil años, en las antípodas acaso de
nuestro rincón del mundo. El libro que busco y que me escribe es el que
me hace partícipe de esa emoción primigenia, el vínculo creado por
la súbita identificación con lo expresado, cuya impresión física
en todo se parece a un susto.
Volveré a leer esta reflexión más veces, Sergio, me ha sacudido amablemente la sesera. Preciosa.
ResponderEliminarSalud
Manuel