En la parada de Venta de Baños se suben al tren cinco
adolescentes. Cuatro se arrellanan al otro lado del pasillo, en
asientos encarados dos a dos, y la restante enfrente mío. Hablan sin
desmayo del nuevo curso, que comenzará para ellos en tres días, de
los profesores que preferirían tener y de los que no quieren ver ni en
pintura, a los que ponen de vuelta y media. Aunque la voz cantante la
llevan los dos chicos, son ellas las que espolvorean más
generosamente la especia de los tacos sobre la ya de por sí picante
conversación. La lenguaraz joven que tengo enfrente pregunta si
tendrán profesor nuevo de latín. Nadie lo sabe. En un raro
silencio, me dirijo a ella con seriedad:
-¿A
qué instituto vais?
-Al
Jorge Manrique.
-¿A
qué curso?
-A
segundo.
-Yo seré vuestro profesor de latín este curso.- Y luego, mirando al
resto, que tienen de repente la muerte en los ojos-. Iros preparando.
Y vuelvo al libro que leía, hasta que no aguanto más y me echo a
reir, poniendo en evidencia la astracanada. Ellos rompen su mortal
silencio y, aún con el miedo en el cuerpo, ríen también,
demostrando que en el fondo son buenos chicos.
Qué arte tienes,has de ser buen profesor porque este gesto me recuerda a Ortega y su chispa de inteligencia en la educación. Él decía que en educación lo que importa es ser capaces de despertar ese destello de ingenio que convoca a la escucha.
ResponderEliminarSalud
Yo ya no hubiese abierto la boca en todo el trayecto (mucho menos para lanzar algún latinajo de los de "al uso"), soy una criaturilla demasiado inocente... y asustadiza...
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