Aprovechando que este año los encargados de abrir la programación musical de las fiestas fueron Andy y Lucas, hablaremos del concierto de las de hace un año.
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Primer día de las fiestas de la virgen de San Lorenzo en Valladolid. En las calles del centro
es difícil caminar sin tropezar con los cartones de vino, las botellas
y los vasos de plástico, mientras los contenedores permanecen medio
vacíos. Los zapatos se pegan al suelo. La novedad de este año son
las pistolitas de plástico, que se ven por doquier. Muchos jóvenes
encuentran divertido disparar vino sobre los transeúntes, así
tengan veinte o sesenta años. Hoy vale todo. Un matrimonio de
ancianos pasa entre indignado y atemorizado. Se sienten excluidos de
su fiesta, ellos que llevan toda la vida celebrando ese día,
paseando y mirando. Presenciamos, con el alma en el puño, una pelea.
Lo raro es que no haya más. En toda la tarde no vemos más que una
pareja de municipales. De vez en cuándo pasan, eso sí, los
servicios de limpieza para borrar las huellas del delito. Y menos
mal.
Con la
noche, parece que los ánimos van calmándose. Cenamos en las
casetas. La temperatura se humaniza. De vez en cuando se levanta un
aire benigno, impregnado de olor a vino. Al pasar junto al
consistorio vemos dentro, inquietantes como bichos disecados, los
gigantes, y a sus pies, como sandías en un almacén, las burlonas
testas de los cabezudos, que en los pasacalles siempre me recordaron
a esas señoras mayores que bailan en las bodas con
una rigidez que el peinado “hongo” acentúa.
Hay en
la plaza una muchedumbre que asiste al concierto de Sergio Dalma. Nos
quedamos un rato que acaba siendo el bolo entero. Todo es un poco
cómico. Pasa una peña -una pena- con dos bidones de
calimocho en un carro de la compra. ¿De veras se van a beber todo
eso? Las cuadrillas de mediana edad, por diferentes motivos, también
producen cierta tristeza, con su obligado pañuelo violeta al cuello,
tan apagadas pasadas las primeras horas, tan por mantenerlo. La
tarima habilitada para los minusválidos ha sido ocupada sin
contemplaciones por el público general. Sería imposible llegar
hasta ella en silla de ruedas. A un lado del escenario, una torreta
publicitaria de unos tres metros de altura, con un globo de Bob
Esponja por estandarte, alberga una inquieta bandada de niños. E
inquietante: agarrados a las barras de sujeción, los más activos
hacen balancearse la precaria estructura en cada na
na na o ye
ye ye, coincidiendo con las palmas y
los silbidos del respetable. Al menos en tres canciones escuchamos la
expresión “dentro de ti”. Se comprende que, aparte del atractivo
físico del cantante, que me considero incompetente para juzgar, su
público sea esencialmente femenino. En efecto, son muchas las
mujeres que conocen sus canciones y las corean sonrientes y
orgullosas, alta la cabeza. A su lado, sus parejas muestran diversas
actitudes, desde los que, corridos, guardan una distancia prudencial
hasta los que aprovechan la ternura del momento y las abrazan por
detrás, pasando por los que hacen indisimulada mofa. Más difícil
de comprender resulta que tan meloso repertorio guste y hasta
emocione a hombres de pelo en pecho, que demuestran saberse sus
canciones más allá de los tres o cuatro éxitos que todos
conocemos. No es que tenga yo nada en contra de Sergio Dalma; al
contrario, me parece un ejemplo de profesionalidad, además de un
tipo sano. El problema es –habiendo que escuchar cosas mucho
peores– su música. Lo curioso del caso es que si alguna vez lo
critiqué por empalagoso, las voces que le defendían lo hacían
siempre con el mismo argumento: “Para un cantante que le puede
gustar a las mujeres un poco mayores...” El yerno ideal, vamos.
Volvemos a casa despacio, dando rodeos. El aire en la cabeza sobre la
bicicleta, ya a salvo y lejos del bullicio, es una delicia.
Cuadro singular, me ha gustado mucho el espejo de distancia meditativa que pones en mitad del sarao. Me tomé la libertad de dedicarte un poema hace unos días, espero que no te disguste, he probado unas asonancias...
ResponderEliminarSalud
Manuel