El Saxo sube sin problemas por la pista
que une las invernales de Sotres con Pandébano, y yo sin la
preocupación de que lo raye un poco más una rama, de coger un bache
más o menos rápido. Ventajas de los coches viejos. ¿Metemos
primera?, le pregunto. Responde con unas toses. Meto primera. No pasa
nada, no es desdoro, le tranquilizo, y ya arriba, eres el mejor coche
que tendré nunca. Le doy ánimos porque estará tres días al raso y
sin moverse. El tiempo es perfecto, nubes y claros y de vez en cuando
un refrescante lametón de niebla. Ordeno la mochila, que pesa
demasiado. En el refugio de Urriellu, que tomaré como campamento
base, dejaré algunas cosas y tiraré con lo del día. Empiezo a
caminar. En el collado me espera la más sugestiva imagen de la
felicidad. No concibo una alegría mayor que la del ternerín tumbado
junto a la madre (si acaso la del toro que hace lo propio después de
haber cumplido con su trabajo).
En el monte aun el mismo lugar es
siempre distinto. El matiz con que se da el paisaje nunca es el
mismo, ni la luz. Tampoco nosotros lo recibimos igual, por no hablar
de lo olvidado, de distancias que falseaba la memoria. Paso entre las
majadas de la Terenosa. Voy solo pero bien acompañado. En animado
soliloquio me entretengo. Voy guardando estas impresiones en la
grabadora del móvil. También hablo con las cabras que me salen al
paso en el collado Vallejo. Siempre hay en los rebaños dos o tres
más resabiadas que se acercan atraídas por la sal del sudor. En
cuanto las otras ven que no les sucede nada las imitan. “Vaya
hombre, ya estamos. Fuera, sois muy pesadas”. Y luego a una, “te
pareces a J., un alumno que tuve”; a otra, “vaya tetas que
tienes, ¿no?, ¿eso es normal?” Me siguen como al flautista de
Hamelin. En fin, mejor cabras que ratas. De vez en cuando miro para
atrás para comprobar que no me siguen, por más que el sonido de sus
esquilas denote lo contrario. Pero acaso lo entiendan como una
invitación. Acelero resuelto a no volver la vista. Sólo la más
cerril insiste. Sentir la humedad de su aliento en la mano ya es
demasiado. “No tengo nada para ti, no te quiero tirar una piedra,
fuera.” Tiro una piedra cerca para asustarla. Vano intento: se
acerca a ella con curiosidad y lame las trazas de sal que ha dejado
mi mano. Parece bastarle. El verde va cediendo a la caliza. Oigo a un
colirrojo, pájaro al que últimamente escucho en todas partes. ¿Será
siempre el mismo (como el ruiseñor de Keats), que me persigue para
recordarme lo que tenemos pendiente, ese nuestro poema a medias? Me
cruzo con los que bajan del refugio. En el monte la gente se saluda,
cruza unas palabras, pregunta por la ruta. Venir aquí es un rearme
personal, pero también social. Venga, que arriba está bueno, me
dice uno de los que bajan, y me conmueve ese deseo de proporcionar
una pequeña alegría, de anticipar el sol que aún oculta la niebla.
Me alcanzan un adolescente y su padre. “Vaya ritmo traéis.”
Este, que es una liebre, contesta el hombre. "Se está vengando de la
caña que le he dado todos estos años, el cabrón." Podríamos ser mi
padre y yo hace veinte, veinticinco años.
Llego al refugio y como, a mis espaldas
los 500 metros de la pared oeste del Naranjo. Unos franceses hablan a
gritos y dan la nota, para que luego digamos de los españoles. Subo
hacia la Corona el Rasu camino del refugio de Cabrones, donde
dormiré. Aun con un par de kilos menos la mochila me sigue pesando
demasiado. Acaso el problema son los otros 88 que hay que mover. Ojo,
que hemos salvado un desnivel de mil metros, me animo en voz alta. Me
hace gracia ese “hemos”, esta sana costumbre de hablar solo. Al
pie de la Brecha de los Cazadores paro a beber. Sólo el sonido del
viento afilando los riscos, el de algún acentor de cumbres y su eco
en la roca, el de mi respiración. El aire trae alguna voz del
refugio de Urriellu, y parece increíble, ya tan lejos. Llego a la
collada Arenera y dudo si ir directo al refugio de Cabrones o
intentar subir el Neverón. Aunque es un poco tarde, el desnivel no
es mucho. Lo intento. La roca está muy suelta, los agarres no son
buenos, y sobre todo me falta gasolina. Doy la vuelta. Volver por el
mismo lugar de piedra deshecha me apetece bien poco. La otra opción
es bajar directamente por el nevero. Parece que la nieve está bien,
pero está muy pindio y no me atrevo. En cada encrucijada de este
tipo recuerdo el consejo paterno, “sé prudente y no valiente”.
Jugando al mus no hay mayor placer que no seguir esta máxima, pero a
la montaña hay que respetarla. El regreso a la collada es tortuoso.
Pienso que entre tantos buenos momentos es justo que haya al menos un
instante de desaliento al día. En esos casos pienso también qué le
diría a Sara para animarla, y finjo el buen animo que entonces
mostraría. Ya decía que iba y no iba solo. Por fin en la collada,
el camino al refugio es sencillo, llaneando y cruzando algún nevero.
En uno doy con una salamandra haciendo penosos esfuerzos por salir de
él. La cojo con la mano para ayudarla y me lo agradece mordiéndome.
En el refugio, además del guarda
con sus dos hijos, hay un grupo cenando. Una familia de Burgos. Son
las ocho. Mientras me cambio de ropa escucho su conversación, entre
histórica y libresca. Me cuesta morderme la lengua en algunas
ocasiones. Además, el andar todo el día solo me acerca a la gente.
Da gusto oír una conversación tan enjundiosa en un lugar como este,
les digo, no sé si pensando lo contrario. Viene mi cena. Sopa y
garbanzos con cosas, y una manzana. Merece la pena la media pensión,
se ahorra un peso engorroso y un espacio necesario. Bromeo con los de
Burgos sobre la importancia en estas situaciones de irse a la cama el
primero. Quien ha soportado una noche de ronquidos en un refugio, a
veces en estéreo o incluso en dolby,
sabe de lo que hablo. Había cierta
doblez, lo reconozco, en mis palabras, pues bien sabía yo, de haber
música de viento, cuál sería su procedencia. En pieza contigua al
comedor están las colchonetas, veinte plazas, diez abajo y diez
arriba. Los otros duermen todos abajo, acurrucados como palomas. Hace
frío. Yo subo y me echo encima además de mi edredón otros dos.
Duermo a rachas, pero bien.
;)
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