No me había quedado más remedio que ir al supermercado. Mientras erraban por
mi mente ideas sombrías (por ejemplo cómo es posible que aun cogiendo número
pueda seguir habiendo litigios en las colas), gané el expositor de los yogures,
donde una nueva borrasca me esperaba. Dos empleadas porfiaban sobre cuál de
ellas debía hacer no sé qué tarea. Una remató, mientras se iba: “No puedo
dividirme”. “Hala”, pensé yo, será “no puedo multiplicarme”. Pero no, por qué.
Igual puede y no puede uno multiplicarse que dividirse. Tras arduas operaciones
cognitivas acabó pareciéndome, vaya, en fin, ya ven, mejor traída al caso la
división que el producto.
(Cámbiense las caras risueñas por caras de perro)
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