Supo entonces tu anhelo dónde
buscar los lirios
que entreabiertos
se ofrecen como labios,
como brazos que
alzaran implorantes
desde la negra
tierra
los niños que se
fueron a deshora
–vibran aún sus
huellas dactilares
en los débiles
pétalos impresas–.
En cimero racimo
tres de ellos
se pliegan hacia
arriba guardando su secreto
con una ingenuidad
que sobrecoge.
Si quebrara tu
mano la intimidad aquella
nada menos verías,
créeme,
que el rostro del
macaco japonés,
su ancha nariz y
sus sellados ojos
circundados de
arrugas. Más abajo,
tres pétalos
vencidos, como un crespón de vida,
se entregan a la
vaina de un verde timorato,
uno de aquellos
verdes que un poco te devuelven
de la fe y la
belleza y lo perdido
cuando regresa
mayo.
(De Quietud)
No hay comentarios:
Publicar un comentario