sábado, 28 de julio de 2012

LA DUDA, DENTRO

Ha llamado Carlos mientras cenábamos en la caravana. Iba con Sandra y los niños hacia el Villamar. Les he invitado, pero he cometido el desliz de añadir que no teníamos mucha comida. De todos modos no habrían venido. A continuación he incurrido en un segundo error: le he dicho a mi hermano, aunque no en un tono que no pudieran oírlo los demás, que mi invitación no ha resultado muy creíble. Me ha mirado fríamente y no ha respondido. De la anécdota, que me impide disfrutar plenamente de la cena, concluyo que, pasada la juventud, para la que justamente se concede una medida indulgencia, nada se castiga como la duda; que aquel que es consecuente con sus convicciones y las lleva a término, así sean las más disparatadas, es respetado. Pero el que duda...

Castro Troenzo

miércoles, 25 de julio de 2012

MAS NO POR QUE PENSARAN

El gesto congelado de dos hermanos, niño y niña, al oír la respuesta a su inocente pregunta –¿qué hora es?– dada por parte de una pareja de la parcela de al lado que lleva dos horas facturando porros y bebiendo sidra: “Mirad al sol”.

domingo, 22 de julio de 2012

VERDECILLOS VS PÉREZ

        No estés todo el rato mirando al nido, que aburres a los pájaros y se mueren”. La frase de S. me dejó en el sitio. Posee ese carácter a la vez inocente, rotundo y preciso del habla de los pueblos que ha construido el castellano.

En el camping en el que veraneo, entre la atalaya desde la que disfruto de un paisaje que es ya parte del alma y el mar que se ofrece a tiro de piedra, hay una hilera de parcelas más bajas con unos abetillos alineados. En la tupida copa de uno de ellos, que apenas dista cinco metros de mi posición, una pareja de verdecillos tiene nido y camada. A intervalos regulares se escucha un piar insistente y agudo. El papá ha entrado con comida. Al poco de salir, cesa la súplica de los insaciables polluelos. Así suceden las cosas, sin necesidad de subrayados, con la naturalidad de lo que no puede ser de otra manera desde que el mundo es mundo.

Pero ocurrió algo que ni siquiera el instinto atávico de la especie pudo prever: la llegada a la parcela de una peculiar familia –les llamaremos los Pérez–, paradigma de la ranciedad que condena a España a llevar cosido, vieja herida, el doloroso epíteto de profunda, sin ser profunda precisamente la condición de estos sujetos. La que organizaron para montar sus dos iglús fue tremenda: los continuos gritos de los hombres repartiendo instrucciones; las risotadas camioneriles de las mujeres ante la ignorada presencia de un niño obeso que preguntaba al aire; el arsenal de objetos de lo más variopinto que iban arrumbando entre los dos habitáculos, haciendo temer una estancia prolongada.

Una de las mujeres, fatalmente, advirtió la algarabía de las crías en una de las tomas y se acercó lentamente al árbol con instinto de zorra. “¡Aquí hay un nido!”, gritó mientras comenzaba a apartar las ramas y una comitiva más numerosa de lo que me había figurado se llegaba al abeto y comenzaba a meter las manazas en busca de aquella tibieza, súbitamente silenciosa. La mamá, o el papá, salió volando en el momento justo en el que el intelectual del grupo, al que llamaremos el cuñado, gritó desde su hamaca: “¡no los toquéis que si no huelen mal y los padres los atacan!” Tardía precaución. Pasado el minuto de la novedad, los Pérez se olvidaron y bajaron, bulliciosos y cargados, a la playa.

Al rato el papá, o la mamá, se posó en la copa de otro abeto cercano al del nido y pió, pero no se escuchó respuesta al reclamo. Continuó un minuto. Alguna de sus notas sonaba con afinación descendente, como un lamento. Finalmente se marchó. Tras otro lapso comenzó a oírse de nuevo la monserga de las crías, desatendida, cada vez más débil.

A las ocho de la tarde bajé a la playa, donde hizo mi alegría una vaga esperanza de poema. Subí ansiando el silencio y la silla necesarios para ordenar mis ideas. Pero al llegar a la caravana me recibió, estruendoso, un ruido de ráfagas de ametralladora que salía de un televisor de plasma que los Pérez... ¡habían colgado de la verja!, justo al lado del abeto, y que miraban embobados, sus siete figuras recortadas en la penumbra. Me temo que este sea un golpe definitivo para los polluelos. ¿Regresarían sus padres?


miércoles, 18 de julio de 2012

LOS LIBROS QUE ME ESCRIBEN

A veces, al leer, tenemos la sensación de que nos están leyendo el alma. Si hubiese yo sabido decir lo que mi turbado afán entre líneas o entre sueños me dictaba, exactamente así lo habría dicho, pensamos entonces. Esa es la página que buscamos, con la que quisiéramos saber dar siempre, la que justifica el placer inagotable de la relectura. ¿Cuántas veces el regusto agridulce de sentir que nos han robado un verso? ¿Cuántas el escrúpulo de temer parecernos demasiado a tal autor o línea amada? Amplifica nuestro asombro saber que quien sentimos tan cerca de nuestro sentimiento pudiera haber levantado su obra hace cien o mil años, en las antípodas acaso de nuestro rincón del mundo. El libro que busco y que me escribe es el que me hace partícipe de esa emoción primigenia, el vínculo creado por la súbita identificación con lo expresado, cuya impresión física en todo se parece a un susto.

jueves, 12 de julio de 2012

UNOS POR OTROS

Ha querido el azar –que no es azar, que se despertaran y coincidieran en un solo instante dos recuerdos, o mejor, dos impresiones que ivernaban en algún varadero de la conciencia; dos percepciones procedentes de distintos sentidos que, en fecunda simbiosis, han obrado el repetido milagro del minuto de belleza.

Comenzaba a sonar en el reproductor del coche una canción y sentía uno que se le quitaba de encima un pesado feje de años. Fluían sin obstáculo las voces por su mar en calma, nosotros de su mano, cuando acudió, aromoso y certero contrapunto, la dolida fragancia de los tilos, tan a casi verano, inaugural. Y éramos escenario, y no simples testigos, de aquella emulsión gozosa de los sentidos, y así vibraba el cuerpo ese minuto, y todo era sereno y era justo, quiero decir acorde, equilibrado, pues se hallaba en sazón el alma para nuevos portentos y limpia nuestra lente, que tantas veces no está la turbiedad en las cosas, sino en el ojo.

Fue sólo esto (mucho): una música que embellecía un paisaje que embellecía la música.

                                      
                                        
Everything but the girl: "The only living boy in NY"

martes, 10 de julio de 2012

ALMUZARA O EL ASOMBRO PERPETUO


Los que esperamos desde hace tiempo una nueva entrega poética de JavierAlmuzara (Oviedo, 1969) podemos disfrutar en el ínterin de este Catálogo de asombros (Ed. Impronta) que reúne ensayos en los que, a la vista de esta muestra, continúa contagiándonos con fervor y palabras precisas su amor por la belleza, la música y la buena literatura, como ya hiciera en sus dos recopilaciones diarísticas, Letra y música y Títere con cabeza, prosas que aspiran –y lo consiguen– a hablar con silencios y callar con palabras que son música.
 En lo que llega, podemos brujulear entre sus artículos para Oviedo Diario.

sábado, 7 de julio de 2012

ORILLAS

Charlo con R. en la habitación que compartimos nuestra infancia y la mayor parte de nuestra juventud (y quien dice habitación dice peleas, juegos, sábanas). Él revisa las películas de una estantería y me pide opinión sobre esta o aquella. También hay una música que pretende unir. Es un momento que sabemos sumamente bello y que, también lo sabemos, sólo podrá durar hasta que alguien entre.

miércoles, 4 de julio de 2012

VIVA MI REVOLUCIÓN

El cantante de la orquesta de anoche, para reforzar el mensaje de una canción titulada “Resistencia”, se arrancó con un discurso antigubernamental con el pretexto de que el trombonista era venezolano. Es curioso: tanto los partidarios de Chávez como sus detractores se apoyan para validar sus tesis en un mismo ideario supuestamente revolucionario.

CHACOTA EN CALAMBUR

El alcalde macarra que, desde el balcón del ayuntamiento, se enfrenta a una multitud rabiosa que clama contra el recorte del presupuesto de fiestas, y tras remangarse se señala los brazos y brama:

-¿Queréis verbenas? ¡Pues aquí tenéis venas!

martes, 3 de julio de 2012

MONUMENTAL VERBENA

Santa Isabel. Fiestas de Zazuar. En la plaza del rollo, a los restos de la "monumental verbena amenizada por la orquesta P.", hartos ya de rancheras, batukas y la última sección patrio-ratonera, vemos que abre la panadería. Nada a esas horas –las cinco por lo menos– como un cruasán o una napolitana de chocolate. Atiende el chico, que junto con la madre ha quedado al frente del negocio tras la reciente muerte de su padre en un absurdo accidente con el tractor. Mientras el joven mete cuidadosamente las napolitanas en la bolsa, le digo: "Qué bien que sigáis haciendo esto. Es lo mejor de la noche". No se me ha ocurrido una forma mejor de darle el pésame.


sábado, 30 de junio de 2012

PRIMER ACTO PÚBLICO

Adiós, honor, en el primer acto público”, se lamentaba Paul Klee en un poema refiriéndose no recuerdo si a su primera exposición. No fue para tanto. Es más, fue bueno, a pesar de la sensación del progresivo alejamiento de mis poemas (o tal vez eso es lo bueno). El exiguo pero complacido auditorio –jugaba en casa–, participó y propició que aquello acabara siendo una mesa redonda –sin mesa– en la que habríamos seguido leyendo y hablando otro tanto. Mejor así.

Redondeó el día un concierto de Nudozurdo en el antiguo matadero, un almacén gigante del ayuntamiento rebautizado como Laboratorio de las Artes de Valladolid (LAVA, que no falte el acrónimo). La actuación empezó –parece de rigor– media hora tarde, lo que uno habría firmado. Pero a la hora, el cantante, tras decirle algo al oído uno de los organizadores al final de un tema, comunicó contrariado que tenían que tocar la última. Otra delarrivada. Salí y me puse esa última canción, “Dosis modernas”, en el móvil. Como es lenta, tardé un poco más en llegar a casa, al acompasar su pulso con la cadencia del pedaleo, que es la mejor manera de escuchar la música en marcha, a su ritmo.

Hablé de este grupo y de este tema en otra ocasión. Pienso, en esta doble embriaguez sin ebriedad, que un lector ideal sería el que entonces hiciera por escuchar esa canción. Para ese (después de para mí) escribo.

martes, 26 de junio de 2012

LAS MOSCAS

Las moscas. Las familiares. Deliberan inquietas en torno a la mesa redonda del aire. Su danza, desbaratable por humana mano, no deja de ejercer cierta hipnótica atracción sobre nosotros, los al suelo apegados.

En El bosque animado, Wenceslao Fernández Flórez las retrata, asamblearias, en plena convención anual, su líder instigándolas contra la tranquilidad del género humano y humillando a una araña cuya celada trunca la reveladora luz del día.

Desde nuestra misantropía se podría extraer lección moral de la siguiente parábola: una mosca y una abeja, dentro de una botella de cristal abierta, tumbada y vacía, pugnan por salir de ella. La perspicaz abeja, no sin lógica, intuye que en la base, más ancha, hallará la salida, pues en ese punto se aprecian más claramente los colores del exterior. Obcecada, choca repetidamente contra el cristal hasta no encontrar sino una muerte lenta. En cambio la atolondrada mosca, que no se para a pensar, rebota enloquecida contra el vidrio hasta que el azar, arbitrario y a menudo injusto, la devuelve a la libertad.

En parte por desconfianza de la monstruosa colmena que hemos hecho del vivir, en parte por justificar mi pereza y usual falta de método, me sonrío ante el triunfo casual de la enlutada mosca, aunque desagradecida y cojonera me despierte más tarde de la siesta posándose sobre mi nariz en el peor momento.

lunes, 25 de junio de 2012

PASEO

Paseo con querencia hacia el río, luna en creciente. Se trataba tal vez de regresar a la piel del joven que se descubría carne amante en el mundo, practicante vehemente del perfume del aire; de rememorar este mismo paseo de hace diez, doce, quince años, un suspiro.

Lamento los cambios que presenta la margen del Pisuerga, aunque sería justo aclarar que no por encontrarse en peor estado. Sucede que a su orilla una mujer me dio una noche el sí de sus labios sobre la rama de un árbol, y que ese árbol ya no existe.


jueves, 21 de junio de 2012

UN INÉDITO


LA CASA ABIERTA
                         
                              La Terenosa


                                       Hoy vuelves a la casa de tu infancia.

                                       Después de tantos meses, todavía con lastre
   de claustros, tutorías, tonterías
   y un vago sentimiento de traición,

   regresas a sus muros de caliza
   y también hacia ti. Ahí siguen todos,
   en el patio infinito, como siempre:
   los argayos sedientos, foscos sedos
   que tu padre hitara, traicioneras
   maedas, caprichosos tubos de órgano,
   eterno mobiliario al que un día juraste,
   bajo el artesonado mudable de los cielos,
   fidelidad eterna.

                                       Con emoción recuerdas aquel verso primero
   –entonces no sabías que era un verso–
   que en esta misma vuelta del camino
   te mostraba el camino, y a su vez
   su arduo destino hoy cumple:

   Mientras pise la hierba estaré bien.
                   
                                                             (Revista Isla de Siltolá nº 7)


Majadas de la Terenosa



Argayo
Hito. Detrás, el Naranjo de Bulnes











Sedo
Maedas


Tubos de órgano
                                                 

viernes, 15 de junio de 2012

EL AUTOR SE CORTA LA COLETA (Y II)

Si en la última conseja estábamos decididos a cortarnos la coleta literalmente, en esta relación, rescatada del mismo cuaderno, no llegaremos a tanto (¿o quizá sí?) El caso es que ni aun así consiguió uno no salir trasquilado.

                                                           *   *   *

De las servidumbres que ha comportado indefectiblemente el paso de uno por la vicaría, la más humillante ha sido sin duda la de tener que realizar el llamado curso de preparación al matrimonio. Se preguntaba uno qué tipo de información que no poseyera recibiría allí para estar definitivamente preparado para el himeneo. Iba a consistir dicho curso en cinco charlas de una hora y media cada una, de lunes a viernes, impartidas por feligreses de la parroquia y enfocadas a distintos aspectos de la vida marital (legalidad, sexualidad, etc.) Imagino que la mayoría de nosotros sólo deseábamos que el aro por el que habíamos de pasar no fuera demasiado estrecho. Pero no sólo lo fue, sino que además estaba rematado de espinas, pues, a lo que se ve, si Cristo sufrió su calvario por nuestra culpa, justo era que, para poder casarnos, lo sufriésemos nosotros también. Y es que íbamos a padecer un intento de adoctrinamiento como ya no creímos que pudiera suceder en el año y aun el siglo en que vivimos.

Así que llegamos el primer día y fuimos presentándonos por parejas (unas veinte). La sensación unánime de rebaño flotaba en el ambiente. Enfrente teníamos al párroco, de paisano, y a un pulcro matrimonio cuyos miembros, a pesar de frisar la cincuentena, se esforzaban en el tono y el lenguaje en mostrarse cercanos al auditorio, de una media de edad de unos treinta años. De la exposición de sus experiencias e intimidades no extraje conclusión alguna más allá de que los trapos, más limpios, más sucios, se han de lavar en casa.

El segundo día compareció un hombre de mediana edad que hablaría de sexualidad. Curiosos ante las posibilidades de tan motivador tema, poco a poco íbamos comprendiendo que el orador resolvía la papeleta dividiéndonos en grupos y planteando cuestiones que debatíamos, limitándose a desempeñar el papel de moderador. Estábamos lejos de suponer que ese era el mejor trato que podríamos recibir.

Al día siguiente apareció una mujer de unos cuarenta años vestida como si tuviera veinte... hace veinte años, que nos iba a informar acerca de los métodos naturales de contracepción (y ciertamente se ciñó a ellos, pues ni aun de refilón se dijo una sola palabra del condón en toda la tarde). De primeras, se confesó “ferviente usuaria" del método ojino, cuyas excelencias ponderaba sobre cualquier otro. Sus explicaciones, con frases que rara vez terminaba, provocaban general sonrojo. Cuando al cabo de una hora de circunloquios fue interrumpida por una novia, matrona de profesión, que cuestionó sus anacrónicas teorías, que tenían la misma base científica que el mal de ojo, no fue capaz de salirse del guión. Aquello fue una pena.

Lo que no imaginábamos es que la cosa podía ser peor. Y vaya si lo fue. El cuarto de la semana resultó ser un morlaco de la ganadería de Escrivá de Balaguer, que salió de toriles bufando con un volumen y un tono de voz intimidatorios. Su abnegada esposa, sentada en una silla con la cabeza gacha, no dijo ni mu, limitándose a asentir de vez en cuando como uno de esos perrillos articulados que reposan sobre la bandeja de atrás de algunos coches. Este sujeto nos habló de la Biblia. Para una más creíble representación, se había preocupado de colocar sobre la mesa un ejemplar, que golpeaba sonoramente de vez en cuando para apoyar sus palabras, y un crucifijo. Su interpretación del libro sagrado era bien conocida: todos nosotros no éramos sino unos pecadores indignos del sacrificio que Cristo se impuso por la salvación de nuestra alma, y nuestra vida debía tener como fin primordial el pago de esa deuda... impagable. Desde mi infancia no había escuchado tantas veces la palabra pecado. En el límite del paroxismo, en un momento dado empuñó la cruz mientras se encaraba con nosotros exigiéndonos pureza. (A todo esto, el párroco permanecía tranquilamente sentado como si tal cosa). Aun haciendo tiempo que el energúmeno se había pasado de la raya, sólo entonces se atrevió uno a levantarse y abandonar el aquelarre.

El último día no habría charla. Estaría sólo el cura, que nos entregaría por fin el requerido certificado. Al pedir nuestra opinión sobre el curso, la protesta fue ponderada pero unánime, como la conclusión de que si lo que se pretende con estas cosas es acercar a los jóvenes a la iglesia, lo único que se consigue es lo contrario.

        P.D: Para los futuros esposos: el curso, según supe luego, no es obligatorio como nos había dicho el cura que nos haría el expediente. A sumar, pues, a la mala praxis, el agravante de la desinformación interesada.        

miércoles, 13 de junio de 2012

EL AUTOR SE CORTA LA COLETA (I)

        Se acerca el cabodeaño de mi conversión al calvinismo. Para celebrar tan acertada decisión, dejo caer de mi cuaderno gris (ni por esas) a la famélica sección "Archivo" esta incalificable prosa que parió mi aún enmarañada cabeza hará eso, un año.

 *   *   *

Releo al azar algunas de estas notas y me molesta tanta ironía, tanta crítica a todo y a todos… excepto a mí. Como si esta no flotara, estancada y putrefacta, en mis cloacas. Cuánto mejor me iría si su sentido fuera el opuesto y, en vez de mantener reluciente la fachada y arrojar basura a mi patio interior, me riera de mí hacia fuera para refrendarme por dentro.

De hecho, iba a comenzar este divertimento de diferente manera. Tenía ya preparadas agudas y venenosas flechas para lanzarlas contra D., el grupo de anoche: si esta dispararía contra un vergonzante amateurismo, aquella apuntaría directamente al físico del cantante, cuyo cuerpo habría ido dando tumbos confusamente del gimnasio al telepizza. Bravo.

Como cualquier día es bueno para acometer un propósito de enmienda, y de paso conseguiremos con ello huir del prototipo de escritor “humorista” que, a decir de Mairena, se ríe de todo y de todos y al que, para ser humorista, le faltaría haberse reído alguna vez de sí mismo, dejemos a D. en paz y veamos qué le ha pasado, por ejemplo, a la menguante cabellera que un día diera lustre, autor amigo, a tu orgullosa testa.

Era yo, desde donde recuerdo, un niño feliz. Ninguna preocupación importante empañaba mi natural disposición al juego y la alegría. Iba con mis hermanos al colegio en el que mi madre trabajaba como maestra. Al salir, a las cinco, aprovechaba para llevarnos una vez al trimestre a una peluquería cercana, donde los tres éramos esquilados sin contemplaciones.

Aunque en el instituto la frecuencia y violencia de las podas era menor, no fue hasta la universidad cuando a uno le empujó una querencia demasiado viva por la música y la estética de los 60´ que le condenó a un desaliño de náufrago, y habría seguido gustosamente, tan errada era su derrota, los atolondrados pasos de un Jim Morrison por el mundo. A tal disparate se sumó pronto otro no menos nocivo, el deslumbramiento por la poesía y su consiguiente inclinación hacia la fachendosidad de la bohemia y la poetambre más mugrienta. Sería de ver hoy con lástima a ese veinteañero barbudo y desastrado con ínfulas de pasar por mucho mayor de lo que era.

Pero he aquí que las leyes genéticas vinieron a poner freno a tales dislates y a dar al traste con tanta gallardía, al menos en lo referente al componente piloso, y así mi abigarrado ejército de montaraces vedejas fue perdiendo unidades a ritmo de progresión geométrica insoportable. Cada mañana la almohada me mostraba un panorama lúgubre, de una rotundidad inapelable, que miraba de reojo con una mezcla de asco y espanto. Al pasar de los años la escabechina no cejaba, y ante el beligerante empuje de la despoblación hubo que empezar a maquinar soluciones encaminadas a suplir número con colocación. Vencidas las primeras filas del pelotón, se dispusieron a ocupar su puesto las facciones de los flancos primero y de la retaguardia después, puertas al campo que una racha de viento malcarado derribaba a las primeras de cambio, poniendo en evidencia el teatrillo. Se sentía uno solo en esta lucha. El peine no ayudaba, más al contrario. La fijación natural que proporcionaba la almohada apenas sí servía para las primeras horas del día. Le parecía a uno la laca un recurso femenil, a usar solo en casos extremos, por ejemplo en las bodas, dejándole una punta de mala conciencia que se le antojaba paradójica en ese ámbito en el que, con honrosas excepciones, el uso de potingues y afeites es indiscriminado. Con todo, iba uno intentando asumirlo, y hasta bromeaba con ello. “En tu bola no puedo ver tu futuro, pero sí el mío”, vacilaba a un amigo prematuramente mocho mientras mis manos sobrevolaban su pista de aterrizaje.

Pues existe el límite de lo ridículo, ¿dónde está? ¿Pudiera haberlo traspasado? Descartado el abyecto recurso de la escalofriante cortinilla, y el inédito, por arriesgadísimo, de dejarme las cejas largas (hacia atrás), echada está la suerte del descabello. Así, me quitaré una preocupación de encima. Seré un calvo brutal, temido por los niños. Mis propios sobrinos me mirarán con recelo nuevo, como si en mi lustroso encerado se imprimieran, solo para sus ojos, que todo lo ven, palabras terribles: malvado, mentiroso.

Me da igual. Como quien se desprende de un pecado que le pesaba en la boca del estómago, así me siento tras esta pública confesión, ligero por dentro… y ya casi por arriba. De mañana no pasa.

viernes, 8 de junio de 2012

GURRUMINOS

En mi casa se hace lo que yo obedezco.
Qué pringao. En la mía mando yo. Mi mujer sólo toma las decisiones.
Nenazas... En mi casa yo siempre tengo la última palabra: “Sí, cariño”.
 

domingo, 3 de junio de 2012

EXCESO DE EQUIPAJE

 Paseo de buena mañana en dirección al rastro del estadio. Arriba, enormes nubarrones se desplazan en bloque como una manada de ñus. Abajo, el camino se ve repleto de caracolillos recién nacidos que casi no pueden con la casa. Como la mitad de los españoles.



sábado, 2 de junio de 2012

POETAS DE LA BRAGUETA (CON PREMIO)

                De la bitácora del poeta (este sí) Julio Martínez Mesanza, esta atinada reflexión: "El ritmo, los números: ésa es la primera frontera entre la poesía y la prosa, no entre la mala y la buena poesía, sino entre lo que quiere ser poesía y lo que no es poesía en absoluto. Con el tiempo, ha sucedido al revés: alguien intenta escribir versos sin los números y, lógicamente, lo que le sale es prosa. Pero el verso debe de tener algún prestigio incluso entre quienes desprecian su sentido original y sus reglas, porque estos no presentan sus prosas como lo que son, sino en líneas cortitas que conservan la apariencia de lo que estos autores no comprenden o se han propuesto destruir".

      Tantos, tantos poetas (¿uno de cada diez?) como artistas en El número uno. Aunque lo diga en sílabas contadas tampoco esto es poesía, que va junto.

DE LA PAZ INTERIOR

Qué similares y qué distintos el canto de la cigarra y el del grillo: aquella atormentada, este conforme.

miércoles, 30 de mayo de 2012

CON TAN SENCILLAS PRENDAS

ROMA, 28 de enero.
Sol y pinos.

*   *   *

Nada más. Sol y pinos. Pero qué aluvión de impresiones, de recuerdos con solo estas tres palabras (había escrito “con solo estas dos palabras”, cuando es la conjunción la que nos da esa impresión y esos recuerdos, como es el sol, la lluvia o el aire los que nos dan, despertándolo, el olor dormido de lo vegetal). Con tan sencillas prendas qué afilado y profundo olor a infancia se apodera de nosotros, de algo... más allá de nosotros, por emplear la cursiva y los puntos suspensivos tan de Gaya.

Sol y pinos. ¿Hace falta más? 


Ramón Gaya. Arco de Tito (1957)

sábado, 26 de mayo de 2012

SUBAN, SUBAN

Todos los años, a estas alturas terminales del curso, se percibe en el ámbito docente una velada presión, ejercida por la administración, para que apruebe el mayor número posible de alumnos. Se ve que los recalcitrantes malos datos referidos al fracaso escolar en nuestro país han hecho encenderse en las cabezas de los tecnócratas de turno la bombilla equivocada. Así pensaron, confundiendo el camino más corto con el mejor: ¿cuál es la manera más rápida de remontar el mal dato de suspensos y abandonos? Pues convirtiendo los suspensos en aprobados, naturalmente. Medidas como la promoción al curso siguiente de un alumno con hasta tres asignaturas pendientes, o la implantación de la convocatoria de septiembre en las enseñanzas de régimen especial, entre otras, van en esa dirección.

En el conservatorio de música donde uno ejerce cada vez se hace más farragoso el ya de por sí lamentable trámite del suspenso, pues al boletín con la calificación negativa ahora hemos de adjuntar un informe en el que se detallan los objetivos no alcanzados por el alumno, así como una “propuesta de actividades para la superación de la asignatura” en la convocatoria de septiembre. En las pruebas de acceso para aspirantes externos, que desde hace un par de años se graban en vídeo (otra muestra de confianza en el profesorado), el tribunal examinador debe cumplimentar un documento en respuesta a las reclamaciones presentadas por los padres, que, alentadas a veces desde el propio centro, cada curso llegan en mayor número.

Esta actitud de la administración, ante la duda a favor de padres y alumnos, puede acarrear a los profesores enojosos roces laborales, como la repetición del examen a alguno de los aspirantes con estrambóticos pretextos. Uno de esos asuntos le llevó increíblemente a uno a verse picando la puerta del despacho del inspector educativo, ante el que se sentó arrugando la boina, avergonzado por traer a colación un tan nimio –aunque para sí importante– capítulo. El señor inspector, cum laude en chuletones a juzgar por su aparente embarazo, no lo tuvo sin embargo para quitársele a uno de encima con sumo descaro, recomendándole sutilmente que no diera más la lata.

Aunque en estos litigios quede uno conforme de sí por haber hecho lo que debía, que a menudo es lo más difícil de hacer, son éstos duros aprendizajes, socavadores de la confianza en las instituciones y la justicia domésticas. Señores profesores: como el nefasto Wert (que en el teclado del ordenador se toca como Re Mi Fa Sol en el del piano) ha decidido condicionar las becas al expediente académico, tiren hacia arriba de las notas de los alumnos, pero solo un poco, no tanto como para que puedan acceder a una de ellas; un 5 o un 6 será suficiente.

        Veremos cómo sigue cazando la perrita.

martes, 22 de mayo de 2012

MEMORIA


Viene a decir Carlos Pujol (y digo viene, no venía) en su magistral Cuadernos de escritura  que sin memoria no se puede ser escritor. Tal vez tenga razón, pero sí hay algo que agradecer a la desmemoria: que nos permita juzgar, en intervalos de tiempo no muy largos, nuestro propio trabajo con mirada renovada, con ese mayor grado de objetividad que la distancia y el despego posibilitan. Mejores críticos y con la satisfacción de haber sabido hacer de la carencia virtud.



UNA ERRATA

   
       Una errata dichosa: primavena.



viernes, 18 de mayo de 2012

SUEÑO EN EL SUEÑO

Un día más sin preparar el examen más enjundioso del cuatrimestre, y ni el menor remordimiento de conciencia. ¿Cómo así? Ocurrió que el tramoyista burlón que opera en mi sueño puso ante mi magín un devaneo susceptible de convertirse en poema. Sería la primera vez, pero ¿no hay una primera vez para casi todo? ¿Seremos capaces de dar forma cabal a lo incoherente? De momento, después de trabajar la mayor parte de la mañana en ello, la esperanza (no es poco) sigue viva. Del fonema al grafema tendrá que esperar. Si tú me dices ven lo dejo todo.



Niebla atrapada en una tela de araña, sueño en el sueño

miércoles, 16 de mayo de 2012

ESTORNUDOS, MURMULLOS

Hoy estornuda el día”, saluda bienhumorado un paisano. Está la mañana incisiva en gramíneas, saturada de polen. Junto a los plátanos del paseo de Recoletos se escucha a cada rato a alguien sonándose los mocos. Las trompetas de la mañana. Las detonaciones de los estornudos se suceden por doquier. Hoy estornuda el día, qué gloria de frase, ya mía y para siempre.

* * *

También los autobuses estornudan. Y las latas de refresco. Y los rebecos cuando dan la voz de alarma. Y los botes de pelotas de tenis. Y las planchas de vapor. Y, más modestamente, los mecheros. Y las botellas de gaseosa. Y el charles de una batería. Y los cuadernos de espiral al arrancar una hoja de golpe. Y, con una frecuencia inhumana, los aspersores ametrallando agua.

Pero es que el ruido de los chopos movidos por la brisa es el de la cebolla al freírse. O como el reflujo de la ola en una playa de piedras. O como una cascada oída desde lejos. O como el del viento entre la cebada ya espigada. O como el soñoliento ronroneo de los viejos discos de pizarra.

Una definición parcial de la poesía: el arte de buscar analogías.

lunes, 14 de mayo de 2012

viernes, 11 de mayo de 2012

RECUERDO INFANTIL, Y III

Innato, el espíritu comercial. Innata, la crueldad. Dos tempranas querencias que en la adultez, lejos de mitigarse, se afinan y funden en actitudes y oficios, y así nos va.

jueves, 10 de mayo de 2012

RECUERDO INFANTIL, II

El recreo. ¿A qué jugamos? Eso iba por modas. Había temporadas en que la moda era la comba, y todos jugábamos a la comba; después era la cinta, y todos a la cinta; luego la peonza, las canicas, el churrobá, las chapas, los campos medios (o campos quemados, en versión más épica), el cinto, el frontón, y los grupos y las relaciones se organizaban en función de esos juegos, algunos de los cuales frisaban, todo hay que decirlo, el límite de la crueldad.

Como el cinto, cuya mecánica era muy sencilla, como la de la mayoría de los juegos, regidos por reglas claras que evitaran en lo posible las interpretaciones y los litigios, que los había. Por sorteo, un jugador que hacía de “madre” escondía un cinturón en algún lugar del patio sin que los otros, que aguardaban en “casa”, lo vieran. Cuando ya estaba escondido, a la voz de ya se volvían y comenzaban a buscarlo cautelosos, sin separarse demasiado, pues el que lo encontraba empezaba a repartir latigazos con él a todo aquel que no se hubiera puesto a salvo en “casa”. Estaba prohibido darlos por encima de la cintura y con la hebilla, aunque no siempre se respetaban estas normas. Aquello más que jugar era sufrir. Pero había que hacerlo.

El churrobá, versión cafre de la pídola, tenía también su componente sañudo. Se formaban dos equipos de tres o cuatro personas cada uno. Los del primer equipo saltaban de uno en uno sobre la espalda de los del segundo, que “la ponían” formado un trenecito, agachados y con la cabeza entre las piernas del de delante. Dentro de ese segundo equipo de los mulos, o sufridor, había uno que no lo era tanto, que se colocaba de pie con la espalda apoyada en la pared en sentido opuesto a los del trenecito. Era la “madre”, que, cuando habían saltado todos los del primer equipo, preguntaba: ¿tijerita, navajita, ojo de buey? a la vez que con la mano extendía dos dedos, uno, o hacía un círculo con el pulgar y el índice. Si su compañero primero del trenecito, que no podía verlo, lo adivinaba, se cambiaban los roles y los mulos pasaban a saltar. Si no, la volvían a poner, y así hasta que acertaran, y también si el trenecito se abría o se movía demasiado. Se cambiaba también si alguno de los que saltaban tocaba con el pie el suelo o la pierna de alguno de los mulos. Esto, naturalmente, era una continua fuente de polémica, por lo que había un árbitro. Como todo juego, tenía también sus trampas. Por ejemplo, que la “madre”, según marcara navajita, tijerita u ojo de buey torciera un pie hacia un lado, hacia el otro o lo dejara recto para que su doblegado compañero acertara. Las infracciones, si eran descubiertas, se castigaban con capones o collejas, a disposición del árbitro. El componente sañudo venía dado por las diferentes maneras de caer sobre los mulos: “a bomba”, para lo cual los del equipo saltador aupaban en el aire al que saltaba para causar mayor estrago en el aterrizaje, o en el caso de mayor crueldad, con las rodillas. También se valoraba, y otorgaba un cierto prestigio, el componente artístico. Así, había quien giraba 180º en el aire para caer al revés, o 90º, aterrizando de lado. Estas cabriolas eran más comunes cuando había chicas cerca. El nombre le viene al juego porque al impulsarse el saltador tenía que gritar “¡chuuurrobá!”, aunque también se podía decir “¡chorizo!”

Hasta en los juegos sin contacto físico había una tendencia a la burricie. Así, en los de cartas, especialmente en los de descarte, se aplicaba al perdedor el “repelús”, en que el dorso de su mano sufría pellizcos, arrastre de nudillos, machaque con el puño o punción vertical con el índice de los otros jugadores según el palo de las cartas que le quedasen.

En la peonza, el lance de mayor gloria era el de arrancar el rejo de la que estaba en el suelo, que el lanzador se quedaba y exhibía como un trofeo. Esta ambición hizo que se fuera pasando del peruco de rejo redondeado a artillería pesada cuyo apéndice afilábamos en casa, aunque al subirla a la palma de la mano nos la dejara roja y escocida. Finalmente se llegaron a prohibir, ya que levantaban la brea del suelo. Cuando algo así sucedía, sencillamente se cambiaba de moda.

miércoles, 9 de mayo de 2012

RECUERDO INFANTIL, I

Qué innato, el espíritu comercial. Con los mocos todavía colgando, cómo se las apaña el imberbe para obtener rédito de cualquier situación. Recuerdo la primera colección de cromos que completé. Era la de la liga 81-82. Cuando íbamos al rastro los domingos, entre todos los puestos que copaban los soportales de la plaza, había dos puntos de ineludible visita: el tramo enfrente del cuartel de la policía municipal, donde se vendían cachorros de perros y gatos que, en espera de hogar, gemían su incertidumbre en cajas de cartón, y la esquina del Quijote, por donde siempre pululaban algunos chicos, normalmente mayores que yo, con tacos enormes de cromos (algunos con dos o tres) que les llenaban manos y bolsillos, confiriéndoles una respetabilidad rayana en la veneración. La pregunta que les hacía era siempre la misma: “¿Cuáles te faltan?” Si tenía yo alguno de los que decía, el chico estaba dispuesto a dar por él, si se le apretaba, un taco entero, que al día siguiente, en el colegio, cambiaba por otros cromos (sipi, sipi, sipi, nopi, sipi...) o por chapas o canicas. Con todos estos trueques y cambalaches, el recreo tenía algo de feria.

lunes, 7 de mayo de 2012

LA INVENCIÓN DE HUGO


¿Por qué no me terminó de gustar –no me gustó, gustándome– La invención de Hugo? Por el mismo motivo por el que no me terminó de gustar Midnight in Paris: por las trazas de inverosimilitud, que habría sido tan fácil evitar, en una historia que podría pasar por verosímil. Comparten la cinta de Allen y de Scorsese aciertos y caídas. Entre los aciertos, un ingenioso y bien armado guión, una seductora fotografía nocturna de París y una trama que va ganando en interés, si en Midnight in Paris a medida que se adentra en la ficción, aquí a medida que el peso de la historia va recayendo en el personaje de Mélies, apoyado en precisos datos biográficos, aunque con algunas libertades (gran trabajo, por cierto, de Ben Kingsley). Coinciden también ambas cintas en evidenciar cierta recuperación de sus directores tras sus últimos fiascos (corramos un piadoso velo sobre El aviador, Infiltrados o Shutter Island). La invención de Hugo transmite además amor por el oficio del cine, el dibujo o los ingenios mecánicos (nunca habríamos soñado ver tan de cerca las tripas a un reloj). Pero ¿por qué no me terminó de gustar –no me gustó–? Por la sobreactuación, la parodia de trazo grueso, si en la película de Allen del fatuo amigo de la prometida del protagonista, aquí del inspector de la estación, arquetipo del policía torpe y amargado pero con buen corazón. Suficiente para irritar al espectador que busque, además de entretenimiento, y aun a costa de forzadas chacotas, la verosimilitud que, para uno, la verdad necesita.

sábado, 5 de mayo de 2012

PASEO

Qué mayo tan decantado, tan cumplido, de un verde tan hecho. Ondea la cebada. Una golondrina se posa en el cable, mira en derredor, parlotea y termina: prriiipi. En un perdido entre dos caminos las ovejas hacen su trabajo. Dicen que el pastor se jubilará este año. Nos lamentamos, un pueblo sin pastor… Vienen y van los vencejos con su chirleo, los aviones, las pelusas de los chopos del arroyo, algún mirlo en busca de umbría. Sólo eso.


jueves, 3 de mayo de 2012

LOS MUERTOS DE LAS BUENAS INTENCIONES

De regreso a casa, echada la jornada, a la luz de una farola llama mi atención una enorme araña de patas peludas y cuerpo negro parecida a una tarántula. Su inmovilidad me invita a observarla más de cerca, y al hacerlo aprecio un menudo, bullicioso movimiento sobre su cuerpo. Creyendo que se trata de hormigas atacándola en turbamulta, las empiezo a retirar con una ramita. Caen a decenas, pero son aún muchas las que se agitan frenéticamente sobre el tupido lomo. Como la araña ha comenzado a moverse, la dejo subir a mi zapato para sacudirlo enseguida. Al caer patas arriba ya se desprenden la mayoría de los atacantes. Repito la operación y su cuerpo muestra ya su natural tono parduzco, a la vez que ha disminuido su volumen. Al fijarme de cerca en las supuestas hormigas, me quedo de una pieza al apreciar que no son tales, sino cientos de arañitas minúsculas despojadas de la seguridad materna. Me retiro de la escena con una picajosa desazón y, peor aún, con la mala conciencia de haber causado tal vez una desgracia irreparable. Al acostarme, temo que el obrador de los sueños decida que he de pagar por el aracnicidio y paso una horrible duermevela durante la cual el cuerpo no deja de picarme. Y como toda una madrugada da para mucho y mal pensar, se me ocurre que tal vez alguna cría quedara prendida en la suela de mis zapatos, que metí en el armario. De ahí a imaginar la casa repleta de ejemplares adultos con mortal sed de venganza hay un paso. En lo poco dormido, ya contra la mañana, cumplen su justa vendetta en una pesadilla en la que terminan haciendo de mi piel negra mortaja. Ante el espejo, prometo a mi ojeroso doble no volver a jugar a ser Dios en adelante.

                                               

lunes, 30 de abril de 2012

COTIDIANOS PRODIGIOS

Hago la vuelta en el tren con vista al lado opuesto que en la ida. Tanto y tan claro me habló entonces el paisaje que habría preferido la otra mano. El vagón va semivacío. Pienso en cambiar de asiento, pero como soy de natural pusilánime no me decido. Voy por tal nadería contrariado, cerrados los poros del sentir. Hasta barruntar que si tanto y tan claro me habló entonces el paisaje, fue por escucharlo y verlo y sentirlo con oídos y ojos y alma bien dispuestos. Me dejo ir y acuden enseguida cotidianos prodigios como para rendirles no ya un poema, sino un cancionero. Como no cabe tanto mar en el cuenco de las manos, la acción de gracias para en las diecisiete sílabas de un haiku:

Tren. Ventanilla.
Vaciarse del todo
para llenarse.


Grajal de Campos

domingo, 29 de abril de 2012

INFINITO

           De la Serna. Ingenio –sobre todo– pero mucho más (mirada, humor, poesía): “Había tanta luna aquella noche que la ciudad se había convertido en pueblo”.

          

viernes, 27 de abril de 2012

HACIENDO AMIGOS

No se puede intentar ser pijo, como no se puede intentar ser aristócrata. Se es o no se es, dice G. Completamente de acuerdo. Lo malo es que se refiere a los leoneses, cuando a mí me parece una radiografía cabal del quieroynopuedo del tipo pucelano, que lo que quisiera es que Valladolid fuera un Madrid a nivel autonómico. Y no.

Zazuar, fiestas de Santa Isabel

miércoles, 25 de abril de 2012

YO TE ESPERO, MINUTO DE BELLEZA

Hace unos años tenía la costumbre de anotar en un cuaderno el mejor momento de cada día. No era mal ejercicio, vital ni literario. Obligaba a estar alerta. Le parecía a uno que el apunte, la idea despojada, reflejasen acaso mejor que un diario al uso la condición azarosa y fragmentaria de nuestra naturaleza. Así, rebuscaba en la entraña de esos días en los que, parece, no sucedió nada, pero pasó una bandada de cigüeñas en demorado regreso hacia la catedral; o escuchamos la monserga metálica de un colirrojo, con ese sonido similar al que hace el ordenador al vaciar la papelera de reciclaje; o nos prendió la cita anual con los primeros lirios detrás del monasterio; o descubrimos un grupo cuyas canciones prometían horas de luz.

Se iba uno dando cuenta de que esos instantes eran el germen de la mayoría de los poemas que escribía o habría querido escribir, y acechaba ese minuto de belleza que no siempre valía. No sé por qué errado derrotero habré llegado a esta especie de urgencia por saber reconocerlos, a esta avidez que los pone en fuga, sobre todo cuando se les espera o se intenta propiciarlos (una música, un atardecer), y convierte lo mejor en una forma más de la ansiedad.


Capilotes

lunes, 23 de abril de 2012

FUNCIONARIO DE MÍ

He olvidado el autor, pero no el verso: “Es la norma del tiempo, destructor de certezas.” No sé qué es peor, si ser un dicharachero atolondrado y feliz que no repara en sus excesos, o un desencantado funcionario de la vida que se fue quedando sin palabras. Temo haberme pasado de estación, y ni siento ya aquella lenguaz alegría de mí ni he sabido reemplazar las certezas perdidas.

sábado, 21 de abril de 2012

EL VINO TRISTE

            En un recodo del paseo del sábado, el seguimiento de una música me conduce hasta una de esas pequeñas plazas del barrio húmedo, donde celebra su día la colonia dominicana en León. Un grupo ameniza la fiesta con sus bachatas y sus merenguitos, sus percusiones, su guitarrilla y sus letras románticas. El cantante ejerce de sex symbol, con su camiseta de licra blanca, sus vaqueros de pitillo y su dosificado movimiento pélvico (una vez por tema, en el solo de guitarra). Los jóvenes bailan o enredan cerca del escenario. Ellas, más guapas o menos, más o menos estilizadas, realzan sus poderes sin complejos. La mayoría de ellos calzan gorras abombadas. Da gusto verles bailar, padres con hijas, madres con hijos, hermano con hermana, amiga con amiga. Tienen el ritmo en el cuerpo, como suele decirse. Los no tan jóvenes platican en torno a la barra. Pululando aquí y allá, como aburridas moscas, los esmirriados leones del erotismo local. Todo en la escena es amable, natural, nada parece impostado. Entonces ¿a cuento de qué, de dónde surge, qué significa, en medio de esta serena alegría, la insidiosa tristeza que me invade, para más inri no por mí, mas por ellos?

viernes, 20 de abril de 2012

FUEGO LENTO

                De pronto, nos chasca un hueso. Crepita una rama en el fuego que somos.

Hacia el Pico Pozúa

martes, 17 de abril de 2012

SUEÑO POR SUEÑO

Empiezo el día de la mejor manera: anotando en la libreta, con mi más demorada caligrafía, la versión definitiva (que luego tal vez no lo sea) de un nuevo poema. Fue la noche larga, o corta, según se mire. Cuando estaba a punto de desistir, después de infructuosas y a veces tuntunescas cribas, tachones, vueltas y revueltas, una idea feliz lo desentrañó. Y es que estas cosas se complican cuando no se empiezan por el principio, esto es, por el final. Pero salió, aun a costa del descanso, y se fue uno a la cama feliz. Lo dormido por lo soñado, sueño por sueño. 

En cuanto al ingenio, ya me podré olvidar de él por un tiempo. Una revisión cuando toque, y andando. Lo veo esta mañana, con su ropa de andar por casa esas emes apresuradas, esos renglones desmayados– como al joven que al convertirse en mayor de edad gana autonomía. Pero no la autonomía. Le falta tanto para pasear su emancipación y sus galas por el mundo... Quiere uno pensar que cuando esto ocurra irá con él lo mejor de sí, como un embajador de la primavera y de los caminos, de su pueblo y de las castañas, y le dejará ir como el atribulado padre que en lo más hondo confía en su criatura, en lo que dirá y será por esos mundos de Dios.


domingo, 15 de abril de 2012

SOLANA

Leo fascinado La España negra. Las páginas referidas a la feria de Santander o a las procesiones de Semana Santa en Calatayud me llevan a pensar que no hay motivo por el que el cuento de las ferias o las procesiones de hogaño no pueda resultar tan interesante para un lector futuro como lo es el de las de antaño para nosotros, ambas igualmente prehistóricas. Sólo hay que saber contarlo. Puestos a extraer enseñanzas (la lección de tal, la lección de cual), la de Solana, para uno, sería que un libro no es menos atractivo por faltar a las reglas sintácticas (anacolutos hay en cada página), sino que, por el contrario, el defecto puede sumar por el lado de la gracia, igual que a las personas bienintencionadas y sin resabio no sólo les perdonamos una indiscreción o un exceso de familiaridad, sino que nos los hacen más entrañables.